INTERIOR CON FIGURA, 1868. Adriano Cecioni
Óleo sobre lienzo. 28,5X35,5 cm
Salla della Saffo, Galleria Nazionale d`Arte Moderna, Rome
Antes de iniciar un recorrido por el cuadro Interior con figura de Adriano Cecioni e intentar comprender qué vemos y por qué, nos es imprescindible detenernos, aunque sea brevemente, en el momento histórico en que se encontraba sumergida Italia por aquellos entonces. La sacudida revolucionaria que vivirá justifica en gran medida el nacimiento de este arte nuevo con el que nos sorprende Cecioni, un arte nuevo para un nueva Italia resurgida y libre. Igualmente, para poder comprender su estilo pictórico y las motivaciones artística de los macchiaioli, grupo del que Cecioni será su ideólogo, hemos de recordar algunos puntos básicos sobre los construyó su teoría y posterior experimentación.
Lo que conocemos hoy en día como Italia fue hasta 1871, una amalgama de Estados bajo la dominación de diversas monarquías europeas como la de los Habsburgo o los Borbones. A principios del XIX, y enmarcada dentro del sentir del Romanticismo, Italia se sumergió en un movimiento revolucionario nacionalista conocido como el Risorgimiento. Este proceso liberal burgués culminará en el último tercio de dicho siglo con la proclamación del Reino de Italia, unido territorialmente y gobernado por Víctor Manuel II. Fueron décadas en las que generaciones de italianos lucharon por sacudirse el yugo de las potencias extranjeras, esto creó entre ellos unos lazos y sentimientos que le llevaron a recuperar todo aquello que tenían en común y habían perdido, mirándose en el gran pasado romano, el renacentista, periodos históricos en los Italia había mostrado su grandeza y la había exportado al resto del Europa como modelo a seguir.
En este contexto de agitación social y política, y de intensa actividad cultural, nacen en Florencia los macchiaioli, un grupo de jóvenes amigos que se encontraban unidos tanto por los mismos intereses artísticos como por el fervor patriótico y revolucionario de ver una Italia libre de la dominación extranjera. Andando este siglo XIX y parte del XX, los nuevos y diversos movimientos artísticos se gestarán al calor de diversos cafés, en el caso de los macchiaioli se trató del Café Michelangiolo, lugar de reunión de estos jóvenes rebeldes que vio nacer los nuevos presupuestos estéticos que desde allí irradiarán al resto de la Península itálica. Es importante situar este movimiento toscano en su marco histórico, ya que en lo artístico también obedece a una necesidad de cambios fundamentales. Proclaman la subversión de la estética decimonónica, es decir, el alejamiento de los presupuestos artísticos tanto del Neoclasicismo como del Romanticismo que aún imperaba en toda Europa y la rebelión contra las férreas normas que imponía la Academia de las Bellas Artes. Para ellos La Academia era sinónimo del arte oficial instaurado por la odiosa tiranía extranjera. Consecuentemente, idearon una estética más naturalista, más verdadera, íntima y sencilla. A través de una técnica pre-impresionista de pinceladas sueltas y yuxtapuestas la imagen únicamente queda sugerida, sin contornos dibujados precisos, sometida al efecto de todo un conjunto del que depende “su expresión”. Mediante el color y la luz fugitiva se insinúan figuras y ambientes alejados de la anterior realidad pictórica. De igual forma, esta generación de artistas introduce nuevos temas en pequeño formato, sobre todo de la vida cotidiana y doméstica, enmarcando estas nuevas escenas tanto en los interiores -caso de nuestro cuadro- como en el exterior, al aire libre, tal como doce años más tarde harán los impresionistas franceses con quienes culminará este estilo pictórico.
Los macchiaioli recibieron toda clase de críticas por la osadía de emborronar sus cuadros deliberadamente con “manchas” de pintura, de hecho, el término con el que se los denomina es un neologismo que, con sentido peyorativo, alude precisamente a esta nueva forma de entender la pintura y que ellos exhibieron con orgullo y convirtieron en su manifiesto artístico. El autor de Interior con figura, Adriano Cecioni, fue escultor, caricaturista, pintor y el teórico del grupo, concibiendo la doctrina macchiaiola como “una reacción contra el convencionalismo estético precedente, contra el culto de la forma por la forma…, consistiendo su arte en la búsqueda de representar las impresiones que recibía de la realidad por medio de manchas de colores, de claros y de oscuros… con el fin de establecer principios que pudieran servir de base sólida al desarrollo de un arte enteramente nuevo”.
Se cree que cuando Cecioni pintó este pequeño óleo se encontraba en Nápoles. La observación en Pompeya de los moldes de los cuerpos petrificados por la lava del Vesubio tras la erupción del 79 d.C. le causó una honda impresión, llevándole a reflexionar sobre cómo la vida puede ser detenida súbitamente por la tragedia. Y, quizás, en esta clave hayamos de apuntalar parte de nuestras pesquisas sobre Interior con figura.
Paseemos por la habitación que nos propone Cecioni.
El autor de esta obra nos ofrece la posibilidad de ser testigos de la escena, contemplarla, y de lo primero que nos damos cuenta es que se trata de una imagen congelada en el tiempo -como esos moldes que vio en Pompeya y tanto le impresionaron-, un momento fugaz, algo que está pasando en la habitación en ese preciso instante, la interrupción súbita de un proceso. La cama nos atrapa inmediatamente, sobredimensionada en su tamaño con respecto a los demás muebles y objetos de la habitación, con una colcha, sábanas y almohadones inmaculados, blancos, puros, fríos; esta gran mancha blanca queda aprisionada por una forja oscura que la constriñe y la hace parecer un sudario caricaturizado, inexplicable, quedando las patas como un extraño ser que se dispusiese a patinar sobre el inclinado suelo, en un equilibrio imposible que perturba nuestra racionalidad. Si miramos fijamente patas y suelo casi nos producen vértigo, aún más al abrirse ese cono frío de luz sobre las baldosas, a nuestra izquierda, que por demás nos conduce hasta la niña enlutada e ilumina la escena. Pero dejémosla a ella para el final ya que es nuestra enigmática protagonista. Sigamos observando. Sobre el ángulo izquierdo, a un tercio de altura encontramos una puerta entre abierta y nos preguntamos ¿estaba ya abierta, la niña ha oído pasos y teme que irrumpa en la habitación alguien que la atemoriza y por eso se esconde o es otra la razón? La sombra que proyecta dicha puerta sobre el suelo del pasillo nos hace imposible saber si alguien está tras ella o se aproxima. Debemos observar que la iluminación del corredor parte de un ventanal lateral situado en el mismo, a nuestra izquierda, amplio y luminoso, parejo al de la habitación. Pero, en siendo así, la proyección de la sombra de la puerta abierta de nuestra habitación y del resto de la pared sobre el suelo del pasillo y la puerta cerrada que hay en él no es lógica. Puerta y muro lanzan sombras que se encuentran, y eso es imposible, ambas deberían caminar en la misma dirección a falta de otro foco potente de luz que se encontrase en el lado opuesto. Otro nuevo reto y confusión para nuestra mente. Volvamos dentro. Lo único que podría salvar nuestra inquietud es la porción de papel pintado en un bello azul cobalto, el color con el que solemos representar el cielo y el mar, el color de la quietud; pero el azul es un color frío que sobre los castaños provoca agresividad, desconfianza, alerta. Y, por demás, la pared queda de tal forma iluminada que se nos muestra ondulada. Sobre la mesilla, ésta de una estilización excesiva, un pequeño jarroncito azul de vidrio con flores y varios libros. Sobre la silla de la izquiera descansa un bolso o capazo de tela con greca. La silla vacía que está frente a nosotros y la mesilla nos recuerdan, salvando las distancias, la inclinación del mobiliario que Vicent van Gogh pintase en su cuadro El dormitorio de Arlés veinte años más tarde. Todos estos elementos van creando una atmósfera de misterio y desazón que contribuyen inevitablemente a que nos sigamos haciendo preguntas.
¿Y la niña? Está escondida tras la cama y cierra los ojos, su traje negro sobre el amplio fondo blanco de la colcha da a la escena un carácter dramático, inquietante. Tiene la mano derecha apoyada sobre el colchón y con la izquierda sujeta una gran sábana o bulto de lienzo que da la sensación de contener algo en su interior. Sobre una pequeña silla de tijereta descansa un costurero abierto con algunos objetos esparcidos sobre ella que no logramos identificar. ¿Es un costurero realmente o es una caja de la que no conocemos su contenido, un tesoro infantil? ¿Estaba la niña cosiendo o haciendo cualquier labor, caso que así fuese?, pero, al fin y al cabo ¿por qué ha abandonado su quehacer y tiene esa postura de alerta, de miedo? ¿Ha escuchado pasos que se acercan a través de esa puerta abierta y no quiere ser encontrada? ¿O lo que desea es sustraer a la vista de quien avanza por ese corredor lo que oculta dentro de la gran pieza de lienzo? Podría ser, por qué no, que esconda un nuevo vestido, de colores claros, alegres, que la alejen del rigor de un luto que ningún niño puede comprender, un nuevo traje que la regrese a su mundo infantil. Alguna alerta ha tenido que provocarle el que deje lo que estaba haciendo y se esconda repentinamente tras la cama abrazando ese gran bulto que arrastra junto a ella. La falda de la colcha queda rehundida, bien por la presión de las piernas de la niña contra ella o por el acto de comenzar a empujar el gran envoltorio bajo la cama. No debemos pasar por alto que si la niña lo que está haciendo es coser, esta no es una actividad que se desarrolle en una habitación privada, sino dentro de los espacios domésticos comunes, lo que nos viene a ratificar una vez más el carácter secreto de la actividad que estuviese realizando.
Cuánto más miramos la escena, más preguntas nos surgen. Se trata de todo un enigma. Sientes casi la necesidad de entrar en la habitación y preguntarle a la niña que qué le pasa, de qué tiene miedo, rescatarla de ese aire frío que inunda la habitación, de esa puerta abierta que no nos deja saber si de un momento a otro va a entrar ese ser amenazante que tiene congelada a la niña, eternizando el momento como si de una película de suspense se tratara. A veces, mirando este cuadro pienso que lo único que le falta es una música que nos contextualice aún más el momento. Le he preguntado a varias personas sobre cuál era su primera impresión al observar esta extraña escena. Todas se sentían inquietas o les producía algún tipo de turbación independientemente del significado que le otorgasen. Creo personalmente que, independientemente de las preguntas que nos formulemos y que inevitablemente nos surgen, esta una obra abierta a múltiples interpretaciones, y cada una de ellas posee igual validez, sin duda alguna porque serán las sensaciones particulares que cada uno destaque según sus vivencias y experiencia, y esto es precisamente lo que hace que el Arte sea eterno y pueda vivir en personas de toda índole y épocas.
No podemos finalizar este trabajo sin realizar algunas consideraciones técnicas que le son propias. En este Interior con figura, Cecioni ha condensado toda la experimentación de los macchiaioli y crea un trabajo más personal e íntimo. Para hacernos cómplice de la atmósfera de su escena, utiliza claroscuros muy marcados a través manchas de color fuertemente contrastadas, con gran precisión de detalles: la decoración en rombos del papel pintado de la pared, los flecos y el tejido de la colcha, los roeles del cabecero y piecero de la cama coronados con bolas de latón dorado. La macchia hace que la figura de la niña y todo lo real quede abreviado y que haya de ser contemplado a cierta distancia para poder ser captado e interpretado, de otra forma únicamente contemplaríamos masa y no detalle, aunque la línea no se diluya por completa en el color tal como sucedería en el posterior impresionismo. Con esta obra, al igual que sucede con el resto de su producción y la de los integrantes del grupo de los macchiaioli, Cecioni consigue crear un nuevo arte nacional que vuelve a mostrarse con orgullo al resto del mundo e intenta distanciarse de aquel arte oficial impuesto por el invasor.
Este cuadro ilustra la portada del libro La habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas e inspira uno de sus cuentos. Nosotros en nuestro trabajo de aproximación a la obra hemos optado por traducir el título y referirnos a él como Interior con figura que consideramos más adecuado para el estudio de nuestra obra.
Concluimos este estudio con una fotografía de Adriano Cecioni. Porque los pinceles los sujetan unas manos bajo las que bailan y unos ojos llenos de ideas nuevas que los dirigen.